El primer año de gobierno de Claudia Sheinbaum ha estado marcado por un delicado equilibrio político y diplomático: hacia el exterior, con la presión del presidente estadounidense Donald Trump; hacia el interior, con la sombra de su antecesor, Andrés Manuel López Obrador.
En la relación bilateral, Trump ha endurecido sus exigencias en materia migratoria y de seguridad fronteriza, reclamando a México un mayor control del flujo de migrantes y acciones más contundentes contra el narcotráfico. Estas presiones han obligado a Sheinbaum a desplegar estrategias diplomáticas que buscan mantener la cooperación sin ceder soberanía, en un escenario donde la Casa Blanca utiliza el tema migratorio como eje político.
En el ámbito interno, la presidenta enfrenta el reto de consolidar su propia identidad política. Aunque ha buscado imprimir un sello propio en programas sociales y en la agenda de seguridad, las comparaciones con López Obrador persisten, alimentadas por su cercanía y continuidad con el proyecto de la Cuarta Transformación.
Analistas destacan que el mayor desafío de Sheinbaum en este primer año ha sido navegar entre estas dos figuras: la presión externa de Trump y la influencia interna de AMLO. Su éxito, señalan, dependerá de si logra construir un liderazgo con autonomía suficiente para proyectar estabilidad y confianza, tanto dentro como fuera del país.
Con el arranque del segundo año de su mandato, la mandataria mexicana encara un escenario en el que las decisiones en materia de seguridad, economía y política exterior serán claves para definir su estilo de gobierno.








