Mientras el conflicto en Gaza continúa dejando un saldo devastador de víctimas civiles y destrucción, la sociedad israelí parece profundamente dividida entre el cansancio, la indiferencia y un fervor nacionalista que respalda las acciones del Gobierno. La ofensiva militar, que ya suma meses de enfrentamientos y denuncias internacionales, ha reconfigurado el debate público dentro de Israel y puesto a prueba los límites morales de una nación en guerra.
En las calles de Tel Aviv y Jerusalén, se observan dos realidades contrastantes: manifestaciones pacifistas que exigen un alto al fuego y la devolución de rehenes, frente a concentraciones de ciudadanos que apoyan al ejército y justifican la operación como una respuesta necesaria al terrorismo de Hamás.
“Hay miedo, pero también una sensación de normalidad. Muchos prefieren no hablar del tema o lo ven como algo lejano, incluso cuando la guerra está a pocos kilómetros”, explica un analista político israelí consultado por medios locales.
La polarización se ha profundizado con la cobertura mediática: mientras algunos canales destacan el sufrimiento de los civiles palestinos, otros subrayan el derecho de Israel a defenderse. Esta fractura se refleja también en las redes sociales, donde la narrativa bélica convive con la apatía cotidiana de una población agotada por décadas de conflicto.
Fuera de Israel, la percepción es cada vez más crítica. Organismos internacionales han calificado las operaciones en Gaza como desproporcionadas, y crece la presión para una investigación por presuntos crímenes de guerra. No obstante, dentro del país, el respaldo al Gobierno de Benjamin Netanyahu sigue siendo alto entre ciertos sectores que consideran que la ofensiva es una cuestión de supervivencia nacional.
Entre el silencio de unos y la exaltación de otros, la sociedad israelí enfrenta una dolorosa disyuntiva: seguir apoyando una guerra que ha desangrado a Gaza o mirar más allá del miedo y reconocer el costo humano que el conflicto ha impuesto en ambos lados.









