La historia parece repetirse en Nueva York, una ciudad que en los años 30 fue bastión de resistencia frente al ascenso del fascismo global y que hoy vuelve a erigirse como epicentro de oposición política y social al discurso de Donald Trump.
Durante la Gran Depresión, cuando movimientos simpatizantes con Mussolini y Hitler ganaban terreno en Estados Unidos, los neoyorquinos respondieron con protestas, boicots y marchas multitudinarias que defendían la democracia, el pluralismo y los derechos civiles. En barrios como el Bronx y Brooklyn, miles de inmigrantes, sindicalistas y artistas unieron fuerzas contra el autoritarismo.
Casi un siglo después, esa misma energía se siente de nuevo. Desde el regreso de Trump al escenario político y sus intentos por recuperar la Casa Blanca, Nueva York ha sido escenario de marchas masivas, de manifestaciones frente a los tribunales y de movimientos ciudadanos que buscan frenar lo que muchos consideran un nuevo intento de erosión democrática.
“La ciudad que nunca duerme tampoco olvida. En los 30 resistimos al fascismo europeo; hoy resistimos al autoritarismo americano”, expresó en una concentración reciente una activista del movimiento Save Democracy NYC.
Analistas políticos y sociólogos coinciden en que Nueva York mantiene un espíritu de resistencia cultural y política, donde la diversidad y la memoria histórica actúan como barreras contra las corrientes extremistas.
Con universidades, medios y organizaciones civiles activas en el debate público, la metrópoli se consolida nuevamente como símbolo del pluralismo estadounidense y un recordatorio de que, en tiempos de polarización, la defensa de la libertad sigue siendo una causa colectiva.








